En Instagram se puede ver una entrevista realizada en estos días en la 2 - RTVE a Dani Martin, icono de la juventud y ex cantante del Canto del Loco, en la que confiesa que va a terapia y además lo recomienda de manera encendida. El Reels[1], donde habla de esto, tuvo más de cuatro millones de visualizaciones, recibió casi mil mensajes en su mayoría de apoyo y más de 75 mil me gusta.
Hace unos meses, la actriz Verónica Forqué explicó en horario de prime time en Tele 5, que se psicoanalizaba y el presentador Jorge Javier Vázquez reconoció que asistía a sesiones de terapia, que le eran muy necesarias.
La novedad no es que las personas famosas acudan a la terapia, sino que lo cuenten, y que esto se convierta en tema de dominio público. Y si lo hacen es porque en la sociedad actual es algo aceptado, lo cual nos lleva a pensar que algo está cambiando.
El político, de Más Madrid, Iñigo Errejón habló en el parlamento de España de la importancia de cuidar la salud mental en este tiempo de post pandemia, y sonaron todas las alarmas, poniendo de esta manera la cuestión en la agenda central de la política. El gobierno de España lanzó una campaña estos días en todos los medios de comunicación llamada “Hablemos de salud mental”, en la que dice entre otras cosas: “si necesitas ayuda pídela”.
Recordemos que España pasó por una dictadura nacional-católica que censuraba cualquier cuestión vinculada al psicoanálisis. No es casualidad que en España la ratio de psicólogos por habitantes en los servicios públicos es de los más bajos de Europa. Durante años lo “psi” era fuertemente resistido. Era muy frecuente escuchar a gente, por ejemplo, decir: “no creo en la psicología”. Como si se tratara de una creencia, confundiendo el lugar del sacerdote con el analista. Peculiar forma de hacer resistencia.
Sin embargo, cuando vemos los avances importantes de la sociedad española en muchos otros campos como los derechos que se les otorgan a las minorías, el cada vez mayor respeto por las diferencias, comprobamos que algo se mueve bajo la superficie.
No nos sorprende encontrarnos cada vez más, con jóvenes y no tan jóvenes (especialmente en la franja de entre los veinte y los cuarenta años) que vienen a visitarse con un analista con demandas precisas. Con ganas de trabajar. Demandas que no obedecen solamente a que han sido enviados por alguien. Vemos que hay preguntas que subyacen y que requieren ser tratadas.
La idea de que el psicoanálisis es caro, largo, que sólo se ocupa del pasado, que es intelectual (porque parecería no interesarse por el cuerpo) prueba que también son formas de resistir a su avance, que en la mayoría de los casos son prejuicios de gente que nunca ha acudido a una consulta
Evidentemente queda pendiente la salud pública. En estos momentos no cumple con su función como debería. Los servicios de psicología en España están desbordados. Se dedica muy poco tiempo a cada paciente y con una frecuencia poco conveniente. Se establecen protocolos que se convierten en tratamientos de lo burocrático.
Es necesario la incorporación de más psicólogos. Pero aquí surge el gran problema. ¿Cómo se forma a estos psicólogos?
En el caso de los psicoanalistas, no todo el mundo sabe que pasamos por procesos rigurosos de formación, que incluyen la formación permanente en nuestras propias instituciones, la supervisión de casos con profesionales más experimentados y el análisis personal, cuestión central en la preparación de un profesional.
La Universidad fundamentalmente, bajo el engaño del cientificismo, y porque no, de cierto corporativismo, forma en su mayoría a psicólogos con teorías cognitivo-conductuales, que apuntan a entrenar al sujeto. No hablemos de la proliferación de tratamientos en búsqueda de la felicidad.
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