(Artículo publicado en la revista del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña en el año 2006)
El bullying es una palabra que viene del inglés y que tiene varias acepciones. Entre las definiciones que encontramos hay en común la idea de que se trata de una acción por la que se intimida a una persona más débil.
En España se usa esta palabra desde hace relativamente poco tiempo, sin embargo, se trata en efecto de algo que no es nuevo, la intimidación ha ocurrido siempre en cualquier comunidad del tipo que sea, escolar, familiar, inclusive religiosa o militar. Cualquier adulto recuerda experiencias pasadas en las que algún niño de una clase (hace 10, 20 o 30 años) era sometido por otros. Sin embargo, hoy se habla del bullying y está en primera plana de la actualidad. Se ha particularizado en la educación, y el sistema educativo está en el punto de mira.
Por influencia de la cultura sajona, se cristaliza en un único significante una gran cantidad de fenómenos dispares. No es el único caso, ocurre lo mismo con otros significantes como depresión, anorexia, bulimia, burn out, déficit de atención, etc. Se trata de una clínica de la generalización. Se crean significantes que sólo realizan una descripción y no van a las causas. Todo esto jaleado por la cultura mediática.
En relación al bullying o intimidación han proliferado libros, se han creado cursos de formación para prevenirlo, se han creado dispositivos para intentar remediarlo y sin embargo el fenómeno persiste.
El objetivo final del bullying no es otro que el de la segregación y el maltrato al sujeto que lo padece.
¿Qué reflexión podemos aportar para ir más allá de lo consabido? Estamos todos de acuerdo que la violencia y el acoso en la escuela, es algo que se debe parar. Se debe sancionar sin contemplación. Que no hay que permitir que en una clase ocurra ni que se repitan fenómenos de bullying.
La sociedad (las familias, la administración) le pide a la escuela que se ocupe del tema. Sin embargo, las respuestas dadas no son satisfactorias y el fenómeno, como lo señalábamos, perdura. Esto ocurre fundamentalmente por cuatro razones:
Vivimos en una cultura de la desresponsabilidad subjetiva. El mensaje que se transmite es: uno no es responsable de los propios actos.
Hay un ideal universal de una educación en la que no haya conflicto, en el que caben todos los niños, y en el que no haya segregación. Obviamente esto supone una imposibilidad estructural.
La escuela es parte de la sociedad en la que habita y no puede escapar a sus fenómenos. La agresividad y lo sabemos desde Freud con sus desarrollos de la pulsión de muerte, es inherente al ser humano.
La escuela con el sistema actual no esta del todo preparada para tratar la cuestión. En esto incluimos todos los elementos que la componen, el contexto, los programas, la forma de organización y los agentes (maestros, monitores, etc.)
Esta imposibilidad sitúa a la escuela en el ojo del huracán. Le llueven críticas y los educadores se desesperan ante la infinita cantidad de demandas que le llegan (de ahí a la baja por depresión hay un trecho corto)
Señalábamos anteriormente que bullying era una forma de intimidar al otro. Me permito hacer una asociación quizás forzada, pero que da un poco de luz. Intimidar puede relacionarse con intimar que en una de sus acepciones supone imponer algo al otro y a la vez relacionado a lo íntimo. Hay algo del orden de lo privado, de lo íntimo, de lo más subjetivo, que se juega en el bullying.
A esto se suma que se trata de una escena que se da a ver, que necesita la mirada de los otros, sino no tendría sentido. Es la mirada del Otro la que da reconocimiento al acto del bullying, pensemos en la sanción que viene del Otro en el chiste tal como lo explica Freud. En efecto, la escena es de dos, pero con público que cumple la función de tercero necesario y que en definitiva sanciona el acto.
En la intimidación hay claramente un gran componente de agresividad, hace presencia la pulsión de muerte, la crueldad. Es esta, una de las formas (en este caso patológica) que el sujeto construye su identidad imaginaria. Precisamente esto ocurre en la adolescencia especialmente, ya que es el momento de construcción de esta identidad imaginaria.
Freud señala: “los genuinos modelos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por conservarse y afirmarse”[1]
La debilidad del otro devuelve al sujeto una imagen en espejo de fortaleza, de completud. En este tiempo narcisista del sujeto, el otro no cuenta. La agresividad, en efecto, supone una exclusión del Otro. Es él o yo.
La paradoja es que el otro que se supone débil es necesario para crear esta pareja.
Para que haya un amo es necesario el esclavo. Vemos la fijeza en ambos lados. Obviamente ser fuerte y débil serían las dos caras de la misma manera, dos formas de crear esta identidad imaginaria.
Al estar en juego lo más íntimo de cada uno, se trata de un circuito de goce tremendamente peligroso. Que se hace muy difícil detener, y del cual a las dos partes les cuesta salir, en la medida que es la pulsión la que está en juego.
Se trata de un momento de fragilidad (la adolescencia), en el que cada uno responde como puede. Sin embargo, hay respuestas que pueden ser toleradas y otras que son claramente patológicas. La repetición del acto de intimidar es un llamado, una invocación a la Ley. Este llamado no puede dejarse pasar.
La escuela tal como esta concebida no da lugar a que lo más íntimo, lo subjetivo, sea recogido, sea escuchado, por tanto, esto aflora de diferentes formas y no suelen ser las esperadas.
El sujeto insiste y persiste y se hace notar de múltiples formas: con actos de indisciplina, agresiones, también con el silencio y el fracaso. Se responde a esto creando nuevos dispositivos: la figura del tutor, la hora de tutoría, técnicas de resolución de conflictos, talleres de educación sexual, de prevención de las drogas, etc.
¿Por qué esto no funciona? La razón es muy sencilla: no se puede tratar de igual forma lo íntimo, lo subjetivo que cualquier otro contenido dentro de la educación. Se trata de saberes diferentes.
El mejor ejemplo de esto es que en la “sociedad de la información” se realizan cada vez más talleres de “educación sexual” y la taza de embarazo no deseado entre las adolescentes no baja, sino que aumenta. El problema no es la información, ni la educación. La relación con la sexualidad, con lo inconsciente no pasa por un aprendizaje instrumental.
Del lado de los profesores ocurre lo mismo. Se los emplaza a desarrollar técnicas y mas técnicas, sin embargo, no se crean espacios para que puedan hablar de sus dificultades, de lo que les suscita un determinado alumno o una determinada situación. La escuela es el mundo de la urgencia y de la demanda.
Siguiendo lo anterior debemos afirmar que no se puede enseñar a tratar el bullying, ni se enseña la sexualidad, así como no se enseña a rechazar las drogas (prueba de esto es el fracaso de las campañas de prevención).
Esto nos lleva a pensar acerca del modelo de la escuela que claramente esta desfasado con la época, se le pide una serie de cosas para la cual no esta preparada.
Los adolescentes y jóvenes vienen a ocupar el lugar del síntoma de nuestra sociedad.
Los convertimos en un objeto, los analizamos a través de estudios de mercado, los criticamos, la sociedad los convierte en consumidores.
Como adultos nos horrorizamos de lo que puede ocurrir en una escuela, como si la cosa no fuera con nosotros. Como si los adolescentes hubieran aparecido por generación espontánea. Cuando están en el mundo que les proponemos nosotros. Mundo en el que muchos adultos renuncian a cumplir con su función.
Precisamente el adolescente - síntoma pone en evidencia nuestros impasses, nuestras dificultades y nuestros modos de satisfacción.
El bullying como una de las caras de el adolescente-síntoma, no hace mas que evidenciar la agresividad de nuestra sociedad de la cual formamos parte. El adolescente-síntoma como tal nos ayuda a desentendernos, “esto no va con nosotros” y de esta forma nos desresponsabilizamos.
No debemos confundir la moral de la época (laxa, confusa, inquieta) con la ética. Así la respuesta ética que corresponde pasa por el acto. Allí donde haya un goce no consentido que suponga un sufrimiento hay que detenerlo sin más vueltas y sin más excusas. Como adultos se debe estar a la altura. Esto supone que allí donde se este en presencia de una intimidación hay que actuar para detenerla. Luego ha de advenir la reflexión acerca de lo ocurrido.
La reflexión ha de privilegiar la palabra, no la nuestra (que puede llegar a ser moralizante y por lo tanto ineficaz) sino de los implicados. Que puedan hablar. El acto y la palabra han de ser un freno a la dinámica del intimidador-intimidado. Y por supuesto trabajar con aquellos que sancionan la intimidación, los espectadores que con su mirada y sus cámaras lo consienten.
Es necesario entender que a pesar de las influencias actuales que tienden a generalizar cuadros, al tratarse de algo desorden de lo íntimo del sujeto no hay formulas universales para tratar el fenómeno del bullying o cualquier otro fenómeno de intimidación y que tanto el acosador como el acosado tienen sus causas particulares, las cuales habrá que investigar y escuchar. De manera que habrán de ser tratados de uno en uno.
[1] S. Freud. Pulsiones y destinos de pulsión. Amorrortu editores. Página 132
Bibliografía:
S. Freud. Pulsiones y destinos de pulsión. Amorrortu editores.
S. Freud. Introducción al narcisismo. Amorrortu editores.
J. Lacan. La agresividad en psicoanálisis. Escritos I. Siglo XXI editores.
A. Cordié. Malestar en el docente. Nueva Visión.
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