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Hacia una pedagogía del error



Presentación realizada en el Foro II Lo que la evaluación silencia. Las servidumbres voluntarias. Organizado por la ELP en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el sábado 11 de junio de 2011.


Introducción: El campo de la educación y de sus instituciones es un lugar privilegiado para analizar la lógica del tema que nos convoca este Foro. Se trata del lugar en que se forma a los sujetos, muchas veces se los reforma, para que ciertamente se sometan a las demandas del Otro, de manera que es un lugar preciso en el cual muchos sujetos encuentran su forma particular de “servidumbre”. Esto no es nuevo, lo sabemos de hace mucho tiempo y son múltiples las críticas al sistema que ha habido desde principios del siglo pasado. Hay una notable bibliografía de diferentes corrientes pedagógicas que dan cuenta de esto. Sin embargo, nos preguntamos ¿por qué el sistema educativo es impermeable a estas críticas y propuestas que acaban en la mayoría de los casos siendo marginales? En el sistema educativo hay un hueso que no se toca. Podemos decir que lo central persiste. Si se producen, sin embargo, buenas experiencias en la escuela es por los encuentros contingentes que van más allá del sistema, son a su pesar. Son encuentros que no responden a las demandas y se orientan por el deseo decidido de cada uno, de educadores y de niños.

2. De lo que se trata es de un certificado Recientemente un director de una escuela me decía: … “De lo que se trata finalmente en la escuela es de otorgar un certificado”... Para nosotros esto no es ninguna novedad. Pensamos que precisamente la escuela es sinónimo de evaluación. ¿Qué significa esto? Que se rige por protocolos más o menos rígidos (el famoso currículum) que ponen a cada sujeto en una relación de medida con otros de su edad cronológica. Luego esta forma de medir es llevada a comparar grupos de una misma escuela, luego entre escuelas y finalmente entre países. Es eso la evaluación, una medición de algo que nadie sabe muy bien que es. Jacques Lacan ya lo señalaba en el año 1969 cuando les decía a los universitarios:… “ustedes son unidades de medida”... Hemos de decir que los evaluadores se engañan. Todo el sistema se sitúa en relación a una medida imposible de sostener. Engañan además a los evaluados y a los agentes de la evaluación (los educadores). La evaluación es el hueso del sistema y se convierte en el Amo incorpóreo para el cual todos trabajan, incluidos los niños. Si la función de la escuela es, como nos recuerda este director, dar un certificado, nos preguntamos de forma ingenua entonces, ¿por qué se asiste a la escuela? ¿Por qué los niños y adolescentes pasan tantas horas, sentados, encerrados en un lugar? Pensamos que la escuela es mucho más que un lugar donde se obtiene un certificado. Permítanme la exageración, la escuela de hoy es una especie de “depósito – guardería” en el que se espera que los niños adquieran los famosos “valores de nuestra sociedad”, vehiculizado a través de las también famosas “tradiciones”, se adquiere una cultura no en el sentido de lo culto sino en el sentido del factor C, las particularidades de una sociedad, lo bueno y por supuesto lo malo y finalmente se ejerce cierto control sobre los niños y los adultos. A todo esto los educadores llaman: la socialización. Por otro lado, la escuela es una inmensa maquinaria burocrática en la cual confluyen intereses varios: políticos (es uno de los campos privilegiado de intervención), sindicales, de asociaciones de padres, es decir intereses corporativos, de manera que el foco no está puesto necesariamente en los niños. Son demasiadas las veces que los niños son colocados en el lugar de un síntoma del disfuncionamiento de los centros escolares. La escuela tal como la conocemos ha sido creada con un sentido universalizador. Un sitio en el que todos los niños aprendan y pasen el tiempo. Hubo un tiempo que las instituciones se creaban para eso. Para que los locos y los niños no estén en la calle. Con un ideal del bien y que sea muy claro, que llegue a todo el mundo. Esto ha ido evolucionando y se ha ido sofisticando, sin embargo, siempre la lógica es la misma. Cada época establece su ideal de escuela. Nosotros los psicoanalistas, estamos apercibidos que todo ideal choca con un imposible. Sin embargo, los educadores y los que sostienen el discurso pedagógico en su afán por sostener ese ideal van proponiendo de manera cíclica reformas del sistema que pueden llevar al infinito. El ideal de esta época es el de la inclusividad, una forma de llamar a la universalización, que incluye a otro significante, el de la diversidad. Ambas lógicas cuando son trasladadas a las escuelas, a la vida cotidiana, ponen en evidencia que precisamente muchas veces en nombre de ese ideal, o de su rechazo, se promueve lo contrario, es decir la segregación, sin embargo esto queda reprimido en el discurso. En nuestra sociedad la escuela ayuda a establecer órdenes, y jerarquías. Consecuencia estructural de esto es que haya sujetos que se caen del sistema con los cuales no se sabe qué hacer. La segregación se da con los sujetos que no responden al orden establecido, los que producen ruido, los que interrumpen, los que se mueven, los que se salen de la norma, los que no se insertan, los que hacen un síntoma, en definitiva son todas formas de obstaculizar, de frenar la burocracia, lo cual resulta en general intolerable.


3. La escuela es una fábrica La queja más frecuente de los maestros es: … “no tengo tiempo, tengo mucho papeleo”... El tiempo de los maestros es el que establece el amo de la evaluación. En la escuela no se dedica tiempo a pensar ni a conversar. La burocracia impone objetivos que han de ser evaluables. Que la cosa funcione. En la escuela se trabaja, no se juega, (ya vemos esto con niños de 3 años). En la escuela no se investiga, se repite. En la escuela no se pregunta, no se cuestiona, se ha de consentir o no. La escuela es una máquina de tratar todo por igual y de uniformizar: los saberes, la lectura, los cuerpos, la sexualidad, etc. El tiempo es un para todos igual, sin embargo el tiempo del sujeto, esto lo sabemos nosotros tiene su lógica particular. La enseñanza actual influenciada en principios de gestión, tiene como principio la eficacia. Que nada quede al azar. Curriculums, objetivos, resultados, evaluación, todo está planificado de antemano. Sin embargo aprender no tiene que ver con eso. ¿Qué se evalúa entonces? Aunque no parezca, y haya gente que diga lo contrario, la escuela como sistema de jerarquización persigue evaluar al sujeto, no sus saberes. De manera que para la escuela, un niño con un ocho de nota es un niño 8 y un sujeto con un cuatro es un fracasado, y un sujeto que se sale del sistema es un fracasado escolar. La escuela al segregar en jerarquías produce nominaciones. Son muchos los niños y adolescentes que a través de sus respuestas sintomáticas aceptan mansamente su lugar en el sistema. Se produce un notable malestar que no es tratado y esto también afecta a los adultos, a los educadores que soportan lo indecible. La maquinaria funciona si cada uno acepta el lugar en el que es colocado y responde desde allí. Frente a la idea de eficacia, F. Tonucci opone la “pedagogía del error”. El error, que no es una categoría en psicoanálisis, pero sí lo es en la educación, es la expresión irrepetible de lo que el niño lleva dentro, de los conceptos aprendidos y de aquellos no comprendidos, la señal de su modo de pensar, de razonar, de arrojar conclusiones. El error es un índice de lo más singular de cada niño. Evidentemente esto no es funcional al modelo de la evaluación, ya que el error es la manera particular de cada uno de entender algo. Y no se puede poner medida a esto, ni compararlo con otros. Sin embargo, vistas así las cosas, el error en la escuela puede convertirse en una oportunidad.


4. Conclusión: Ante este panorama, los psicoanalistas tenemos un papel importante a jugar. Cada vez que somos convocados y lo hacemos de la buena manera se producen buenos encuentros. Con Freud nosotros estamos apercibidos de lo imposible de la educación. Aceptar este imposible nos permitirá introducir otra lógica y poder tratar aquello que hace síntoma y sus efectos de angustia que invade las escuelas, de forma de promover una ética del buen decir. Dar lugar a la palabra, a la conversación, en tiempos que la escuela se ha vuelto más actuadora. Quitarle a la escuela consistencia en tiempos que más que nunca se aprenden cosas por fuera de ella. Mostrar a los educadores el poder de la transferencia. En definitiva tal como lo señala Jacques – Alain Miller insistir en la educación freudiana.


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