El diario La Vanguardia publicó en su portada el 5 de abril: “La cantidad de niños y adolescentes que toman ansiolíticos y antidepresivos se dispara”, para luego señalar: “Mas de 20 mil menores medicados en Cataluña por trastornos mentales”. El mismo día, el diario El País, publicó también un artículo sobre el deterioro de la salud mental de los jóvenes de nuestro país.
Se trata de dos fenómenos muy ligados, por un lado el aumento de consultas y por otro el aumento del uso de la farmacología para tratar los problemas que aquejan a niños y jóvenes.
Estamos seguros de que estos dos fenómenos se dan también en los adultos. Más consultas y más medicación.
Asistimos a un boom post pandemia de las consultas a psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas. En parte esto supone una cierta normalización en este país si lo comparamos con los países vecinos, es una tendencia positiva (la de acudir a un psi) Hasta no hace poco consultar por un malestar psíquico estaba muy mal visto e inclusive quien lo hacía lo mantenía oculto.
¿Pero a qué obedece el aumento de la medicación?
Qué duda cabe que el mundo actual, con su enorme incertidumbre, dos guerras a poca distancia, transformaciones sociales importantes tales como nuevos modelos de familia y su consecuencia en relación al declive de las figuras de autoridad, el uso de las pantallas, tienen enormes consecuencias en la población.
El malestar más frecuente que escuchamos son los estados de ansiedad, estados muy difusos y de difícil definición que ponen en cuestión a cada sujeto frente a lo que lo rodea (sexualidad, relaciones, vocación, trabajo, etc.)
A ello hemos de sumar otros factores. Uno muy importante es la colonización ideológica de la forma de diagnosticar. Se ha importado de manera acrítica el manual DSM (estamos por la quinta versión) que en una época que cada cosa ha de tener un nombre ayuda a que cada sujeto tenga “su trastorno”. Evidentemente esto juega a favor de las empresas farmacológicas, que ganan mucho dinero.
Me encuentro cada día con gente que viene a verme con un nombre para lo que le pasa.
El diagnóstico en vez de ser un instrumento que esté al servicio del tratamiento como es el caso de la psiquiatría clásica y del psicoanálisis, se ha convertido en una forma de nominación. En una etiqueta. Y para cada etiqueta un remedio.
Se impone la ideología de lo “neuro”. Es decir que todo lo que nos ocurre se juega en el nivel del cerebro, de lo químico. Curiosamente a eso se lo considera científico cuando lo que está en juego es una determinada ideología.
Sumemos a esto la aceleración del tiempo y la poca paciencia. Hay un apremio para buscar soluciones urgentes.
Finalmente no se quiere indagar acerca de las causas. Muchas personas que se medican no quieren saber. Quieren tratar su síntoma y de forma rápida.
Hay una presión social para que nos adaptemos, para que nos curemos rápido, para que funcionemos lo mejor posible, para que tengamos éxito, para que emprendamos. Y a la vez no pensar mucho acerca de aquello que no va bien.
En el caso de los niños y adolescentes además hay una imposición social para que estén controlados y cumplan con lo que se espera de ellos.
La mayoría de las consultas comienzan con una queja de la escuela. Los niños no tienen tiempo libre. Todo reglado: escuela, actividades extraescolares y cuando no tienen una actividad están frente a las pantallas. Así no molestan. Vemos niños muy pequeños en el transporte público conectados a sus pantallas como si fuera la película Matrix.
La solución (que no soluciona) fácil es reclamar la medicación, como la hostia con la que se comulga en la misa. Pensemos además que un ansiolítico, una medicación que acalle los pensamientos que nos producen insomnio, son extremadamente baratos. ¿Acaso así no se propugna un modelo de sociedad?
Pero no funciona. No podemos colgarnos un cartelito como en las habitaciones de los hoteles que diga: “No molestar”.
Es necesario, y eso es lo primero, reconocer aquello que no va bien. Y reconocer que tratarlo depende de nosotros, de lo que hagamos para ello, aceptando que no hay soluciones mágicas.
Y cuando es necesario buscar ayuda, hacerlo con alguien que de verdad nos escuche, que nos dedique tiempo, que no tenga soluciones estándar ya que de lo que se trata es de nuestra singularidad. Sea el sujeto “TEA”, “TDAH” o como se etiquete.
En algunos casos inclusive puede ser necesaria la medicación, pero no como norma (los profesionales psi deberían saberlo)
Y finalmente lo más importante: hablar….
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