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¿Acaso sólo somos un cerebro?

Actualizado: 14 abr 2022


Nos insisten día sí y día también que nuestro cerebro, órgano de nuestro cuerpo, como un hígado o un pulmón, decide sobre nuestra vida. Se crea el mito de lo “neuro” como postulado científico. Y la consecuencia es que lo que nos pasa, lo que hacemos, las responsabilidades que asumimos, las formas de gozar, todo se explica a partir de cómo opera nuestra química y nuestra fisiología.

Allí donde las respuestas biológicas no llegan, se asume con frescura que la razón es que aún la ciencia no ha investigado lo suficiente acerca del funcionamiento neuronal, que ya llegará.

Quienes sostienen estas teorías han creado un falso debate por el cual ellos se erigen en la voz de la ciencia.

Evidentemente hay neuro-científicos muy serios. Aquí señalamos a aquellos que tienen posiciones radicales y dan cuenta de una ideología.

Asumamos algo, si nuestros deseos, nuestros síntomas, nuestros malestares obedecen a razones puramente biológicas, en última instancia a nuestro cerebro, se crea una autonomía, es decir eso no va conmigo. No es mi responsabilidad. Lo que me comanda es un órgano.

Sin duda hasta aquí venimos hablando desde la perspectiva de los prescriptores de tratamientos médicos que especialmente incluyen la farmacología en un lugar central. Sin lugar a dudas, se trata de un negocio importante para las empresas que producen los medicamentos y a la vez paradójicamente un ahorro también importante para las administraciones. Esto explica porque a pesar del creciente malestar en nuestra sociedad no se hace nada mínimamente serio para tratar el malestar subjetivo, los servicios de salud mental están colapsados y a pesar de las alertas los cambios son mínimos. Evidentemente hay un factor cultural también. Todo esto tiene una cierta normalidad en una sociedad hipermedicalizada como la nuestra. Los países de nuestro entorno dedican más recursos y se oyen más voces favorables a otro tipo de tratamientos.

Por supuesto que el debate no es psicofármacos si o psicofármacos no. Muchas veces son necesarios.

En un artículo publicado en La Vanguardia, José Ramón Ubieto señala: “Renunciar a ella (se refiere a la medicación) requiere ese deseo de saber y un poco de coraje, porque la pastilla medica el organismo y sus altibajos, pero –al igual que los omnipresentes algoritmos– no puede decidir por el sujeto”[1]­.

Precisamente apela a la responsabilidad de cada uno. Y desplaza muy inteligentemente el debate de aquello que engloba lo “neuro” al sujeto y su responsabilidad, somos más que un cerebro. Ubieto habla de deseo de saber y de coraje. No es sencillo.

Esto supone hacerse preguntas y no siempre se está en disposición. Evidentemente el artículo hace referencia a los distintos usos de la medicación y también a aquellos en los que es necesaria pero claro no es suficiente.

El escritor Rafael Chirbes escribió en sus Diarios: “Llamo a mi amigo F., el psiquiatra, para que me dé la dirección de algún colega que conozca en Madrid. No quiero tratamiento psicoanalítico ni nada de todo eso: solo que me recete pastillas que me permitan dormir. Olvidarme durante unas cuantas horas al día de todo. Nada más que eso”[2].

Se trata de un buen contraejemplo. El escritor quiere olvidar, no quiere saber. Por tanto, apela a la medicación para tratarse. Asume que no quiere saber qué le pasa. Su posición es respetable, es lo que él desea. Sin embargo, sabemos que esa medicación no lo curará. Lo ayudará a pasar el momento crítico (no es poco)

De manera que para tratar los síntomas, el malestar subjetivo es necesario consentir, supone una disposición, a indagar las causas, a dejar de repetirse, a querer saber más. Se trata en definitiva de una elección.

Ultimamente conversando con otros profesionales constatamos un cambio en nuestra sociedad (ya lo hemos señalado en otro artículo). La Pandemia y su tiempo de suspensión, han generado en mucha gente situaciones de angustia. Crisis subjetivas que no son otra cosa que la punta de un iceberg. Es mucha la gente que acude al psicólogo, al psicoanalista, deseosa de saber qué les pasa. Precisamente con el coraje (tal como lo señalaba Ubieto) por querer saber más acerca de ellos mismos. Buscan soluciones más verdaderas y duraderas que vayan más allá de lo transitorio. Intuyen con mucha claridad que se trata de encontrar respuestas a aquello de lo que se cojea y eso requiere de un trabajo.



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