En los últimos meses hemos leído declaraciones de cantantes y artistas en las que nos cuentan que pasan por períodos de ansiedad. En algunos casos recurren a la medicación como solución y en su mayoría nos cuentan que acuden a terapia.

En este país esto es toda una novedad y debemos celebrar que se normalice la búsqueda de ayuda.
La ansiedad como fenómeno sería una de las formas de caracterizar la época actual, como una especie de pandemia, y suele ser la respuesta a situaciones percibidas como amenazantes.
Vivimos en una época de muchas transformaciones. Nos hemos adentrado en un nuevo siglo y hay cambios que se imponen y que son verdaderamente novedosos. Con una guerra en Europa, nuevas formas de liderazgos políticos, estructuras económicas en continuos cambios, presión social, imposición super yoica de ser feliz y exitoso, la relación con las pantallas y la tecnología, la presión de ser emprendedores, falta de referencias simbólicas como la religión, etc. Todo esto nos hace sentir muy vulnerables.
Desde nuestra perspectiva la ansiedad como tal no es un síntoma. Se asocia más con un malestar general psíquico que tiene consecuencias en las vidas de las personas, inclusive consecuencias en el cuerpo.
Esto afecta las relaciones sociales, el trabajo, la salud y la sexualidad. Muchas personas se recluyen y evitan los encuentros sociales. Genera sentimientos de preocupación, de nerviosismo y de alarma generalizado que afectan a la concentración y genera estrés. Es muy común que curse con momentos de insomnio, trastornos gastrointestinales y falta de deseo.
Sin embargo, no todo el mundo tiene ansiedad, es importante pensarlo, es decir que las condiciones externas no siempre condicionan, ni todo el mundo tiene un trastorno.
¿Por qué no consideramos a la ansiedad como un síntoma? Es un estado generalizado, difuso, que no supone la complejidad de un síntoma. Sería como la fiebre en una infección. Supone un sentimiento de miedo ante una situación dada.
En el síntoma hay algo que no funciona, y tiene dos vertientes, por un lado, hay una relación de causalidad y por otro lado, aunque cueste aceptarlo hay una satisfacción que busca la repetición. Es decir que se juega algo simbólico y además operan causas inconscientes.
¿Significa esto que la ansiedad no pueda ser tratada? Evidentemente que sí.
Mucha gente recurre a la farmacología, parece ser el intento de solución más rápido y barato (aunque a la largo resulta caro) Se busca dormir o apaciguar el malestar. A veces no hay alternativa, sin embargo, las razones del malestar siguen existiendo, es decir, es necesario reconocer que la medicación por sí sola, no cura. Hay personas que se acostumbran a vivir con esta compañía.
Otras personas, dada la oferta, recurren a terapias que buscan el adiestramiento, y las posibles “soluciones” pasan por mejorar la respiración, la relajación, buscar hábitos más saludables, forzar al paciente a cambiar conductas. En muchísimos casos estas terapias fracasan porque no funcionan, resultan impotentes.
Finalmente hay personas que van más allá de su malestar y se interrogan acerca de lo que les pasa, de su responsabilidad en lo que le ocurre, de cómo se juegan sus relaciones con los otros, y en el encuentro con un psicoanalista esa ansiedad, se puede convertir en un síntoma que interroga a la persona. Así se hará preguntas relevantes: ¿por qué me pasa esto?, ¿qué tengo que ver yo?, ¿qué he de cambiar?, etc., es decir apuntar a las causas.
Este camino no es sencillo y no hay soluciones inmediatas. Supone tener el coraje de enfrentar lo que no va bien para navegar la vida de otra forma y no siempre se tiene la valentía.
Acudir a un psicoanalista supone estar dispuesto a enfrentar los propios fantasmas y no buscar soluciones estéticas.
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