Vuelta de las vacaciones. Aún no comenzaron las clases y ya escucho que hay educadores de baja por diferentes dolencias, que no es otra cosa, en su mayoría, que el efecto de confrontarse a un nuevo año de trabajo con los niños.
Cualquiera diría que ser educador es como cualquier otro trabajo, o que ya han tenido suficientes vacaciones. Sin embargo, no lo es. Trabajar con personas es material doblemente sensible, para el otro, en este caso los niños y para uno mismo, el educador.
Hay otros oficios que también trabajan con personas: un médico, un cajero de supermercado, etc. ¿Acaso estos trabajos no suponen un desgaste personal importante?
Recuerdo hace unos años que los empleados de la sucursal de mi banco regularmente estaban de baja, y ante mi interés por la cuestión, me explicaban que era por la presión que recibían y los efectos que eso tenía en su cuerpo. El trabajo puede enfermarnos.
En el caso del educador, este recibe múltiples demandas: cumplir con el currículo educativo (administración), demandas de la dirección, también de los padres y madres, de los niños y de las niñas y también las demandas propias (subjetivas que incluyen los ideales, las razones por las que eligieron esta profesión, etc.)
Encontrarse con un grupo de alumnos supone entre otras cosas una gran responsabilidad ya que el acto educativo tiene consecuencias para cada uno de los niños y niñas. Educar no se limita a transmitir contenidos y saberes, va mucho mas allá y afecta la subjetividad de los distintos actores.
Para quien está advertido de esto la tarea puede hacerse más fácil. El secreto pasa por bordear los imposibles, asumiendo que los hay. El voluntarismo de negarlos no ayuda. En la sociedad actual se estableció un significante que se usa para todo: síndrome del quemado. No es otra cosa que una descripción.
El psicoanálisis, en este sentido es más útil, ya que piensa en otros términos: síntoma, deseo, goce, repetición, inconsciente, etc. Todas categorías que ayudan a entender mejor lo que hay en juego.
La escuela es pensada como el lugar en el que el infante ha de ser educado. Sin embargo, pensar la escuela como una comunidad pone al educador en otro lugar, ya no sólo en el lugar de agente del acto educativo.
De esta manera (y es lo que propongo), crear verdaderos espacios de reflexión sobre el quehacer que incluyan los impasses subjetivos de cada profesional, son sin duda el mejor recurso para tratar el malestar.
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