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El adolescente como un Alien. Sobre la serie Adolescencia de Netflix

Actualizado: 19 mar


Hasta ahora, cuando veíamos en una película o serie a un adolescente violento, solía aparecer asociado al tópico de la niñez marginal o a la pertenencia a una familia desestructurada.

Netflix, en cambio, nos ofrece una serie en la que el adolescente, un asesino despiadado que le clava siete veces un cuchillo a una compañera (no es un spoiler, vemos la imagen en el primer capítulo), forma parte de una familia “normal”, con unos "buenos" padres.

La serie está claramente dirigida a generar sentimientos de identificación con estos padres. Y no es casualidad que haya mucha gente hablando de esta serie y elogiándola.

Los padres no tienen ninguna responsabilidad en lo que acontece. Incluso, durante los capítulos, vemos a otro padre, el inspector de policía, que se da cuenta de que no comunica con su hijo, que no tiene ni idea de lo que le pasa, pero, en un rapto de empatía (lo digo irónicamente), le propone ir a comer unas patatas fritas.

Se trata de una serie condescendiente con los adultos.

Ahora, preguntémonos por qué se llama Adolescencia. Lo primero es que se utiliza la fórmula de una sinécdoque; esto significa que usa el todo en vez de las partes. Es decir, ese título incluye a todos los adolescentes.

Los psicoanalistas hablamos de adolescencias. Es una forma de mostrar la singularidad de cada adolescente y la imposibilidad de generalizar.

En cambio, la serie apela a que los adultos generalicen. Y prácticamente no se salva ningún adolescente: está el asesino, los que lo ayudan, la víctima, una adolescente que se burlaba del asesino (de hecho, no sabemos mucho más de ella, salvo que era una buena amiga, pero queda la idea de que algo habrá hecho para merecerse lo que le pasó), también están los que acosan, y son muchos, y el acosado.

En definitiva, se asocia adolescencia con todo lo malo. De los adultos, tenemos a los padres, con quienes se busca empatizar; los policías, que se los muestra muy comprensivos y humanos. Los únicos adultos que no salen bien parados son los profesores, que se muestran desorientados. Hasta la psicóloga se la ve padecer, tan buena ella que le lleva una bebida y un bocata al niño para su cita. Todos los adultos son presentados como vulnerables.

Hablaré del personaje como niño porque tiene 13 años, y allí hay una disonancia cognitiva (expresión muy de moda hoy en día). Tiene un nivel de elaboración simbólica que hace pensar que es más grande. De hecho, el actor en la vida real ahora tiene 15 años.

Se trata de un niño que tiene las características de un psicópata: mata a una adolescente, le miente a su padre, le pega violentamente a otro adolescente en el centro de internación y pone en una situación muy difícil a la psicóloga.

Si un niño de 13 años fuese así, nos preguntaríamos: ¿dónde han estado los adultos todos estos años que no se han enterado de nada? Los padres, ante esta desgracia, se sorprenden y aparecen como las pobres víctimas de las tropelías de su hijo. Hasta los jóvenes vecinos se burlan, haciendo pintadas en su propio coche.

Es decir que, como la emergencia pulsional de la pubertad, de golpe puede irrumpir lo más violento, sin haber tenido pistas. De golpe, se pueden hacer las cosas más terribles. Este es el verdadero fantasma de los padres: “Tenemos en casa un desconocido, un alien, que goza de lo peor y puede dañar a quienes lo rodean”.

Como en la novela de Adolfo Bioy Casares, escritor argentino y premio Cervantes, que escribió El diario de la guerra del cerdo (Emecé editores), una distopía en la que los jóvenes buscan eliminar a los mayores.

Es una buena metáfora de que la propia existencia de los jóvenes confronta a los adultos con el paso del tiempo y su propia muerte. Los adultos actuales, temerosos, son esos jóvenes eternos que se desentienden y, muchas veces, dimiten de sus responsabilidades.

Probablemente por eso, y los ejecutivos de Netflix lo saben bien, se trata de un producto comercial que puede entusiasmar tanto a muchos adultos.

 
 
 

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