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Hay cosas que no se enseñan pero que sí se aprenden

Sobre la “educación sexual” y el arte de la conversación.


Frecuentemente leemos en la prensa voces que alertan sobre cómo los adolescentes cada vez más precozmente acceden a páginas con contenido pornográfico. Esto es una realidad que cada vez va a peor.

Pensamos que es doblemente problemático porque estas páginas muestran una versión distorsionada (actuada) de lo que es la sexualidad humana y por otro lado estas imágenes se avanzan a lo que cada uno puede vivenciar o fantasear. Estos púberes se encuentran con algo para lo que aún no están preparados.

Ante esta invasión de contenido problemático en sus pantallas, la única solución posible parece que pasa por un mayor control de los padres a través de dispositivos que eviten que sus hijos accedan tempranamente a estos materiales.

Hay muchos educadores y profesionales “psi” que insisten en que hay que contraponer a este fenómeno una buena y sana educación sexual que debe estar a cargo de la escuela. Nos preguntamos qué significa eso.

¿Acaso se puede competir con imágenes que están a un clic de distancia y que despiertan la curiosidad de los adolescentes? ¿Acaso una explicación de un profesional en la escuela, afirmando que lo que se ve en esas páginas no es real, calmará la agitación que puede generar el encuentro con esos videos o fotos? Lo dudamos.

Verdaderamente se trata de un dilema. Y sabemos que los dilemas no tienen solución. Nuestra primera conclusión es que no hay recetas fáciles.

Hemos dicho que son los padres y madres quienes pueden tener capacidad de regular ese momento de goce, si no, se deja al joven sin una mediación, captado por imágenes que pueden ser duras, confrontado, como ya señalamos, con experiencias para las que aún no está preparado. Precisamente el niño necesita que haya otro que lo limite. Y no que lo deje confrontado con un “todo se puede”.

¿La escuela puede cumplir alguna función? ¿Es correcto hablar de educación sexual?

En las escuelas se equipara educación sexual al aprendizaje de otras disciplinas. De manera que hay un profesional, en general externo, que explica de qué se trata la sexualidad. Se suele hacer desde una perspectiva biológica y muchas veces con una perspectiva moralista, es decir señalando lo que está bien y lo que está mal.

Constatamos que muchas veces se confronta a los adolescentes con información que aún no piden o no necesitan. Por ejemplo, se les enseña a niños de 12 años a colocar un preservativo.

¿Acaso es eso lo que puede ayudar a los adolescentes? ¿Acaso la sexualidad es algo que se puede enseñar?

Se puede y se debe explicar cómo funciona el cuerpo. Se puede y se debe hablar acerca de los métodos anticonceptivos. Siempre adecuando los contenidos a la edad. A lo que estén preparados los adolescentes en cada momento. Todo esto está muy bien. Sin embargo, la información por si sola no es garantía. Ni es suficiente.

Cuando dos adolescentes se encuentran íntimamente no recuerdan lo que una profesora explicó en clase. Cuando un joven pasa horas frente a la pantalla poco le importa que el profesor le haya explicado que lo que ve no es real. Esa experiencia conecta con lo pulsional. El goce de los cuerpos y las fantasías. El yo no controla todo.

Nos preguntamos si entonces no hay nada que hacer. Pensamos que si, sabiendo que la sexualidad toca con algo imposible y que no todo es educable, aunque si se puede regular, se puede tratar.


La práctica de la conversación

Proponemos algo que pensamos es necesario pero que no es novedoso. Nos referimos a promover la conversación entre pares de ambos sexos, a partir del respeto mutuo. Aprender a escucharse e intercambiar con pares es la mejor forma de tratar las cuestiones de la sexualidad. Cambiamos a partir de escuchar al otro. De lo que piensa, de lo que siente. Es una forma de entender las diferencias y las singularidades en juego.

En lo que se refiere a la sexualidad de cada uno, se trata de algo fundamental. Conversar es intercambiar, es perder el miedo a decir. Salir de la inhibición, del silencio. Saber que no hay una única verdad. Que podemos conocer que piensan los demás, que les molesta, que los hace sufrir, que los inquieta. Es poder hacerse preguntas sobre uno mismo. Y en definitiva aprender a respetar al otro.

La palabra dicha y escuchada tiene importantes consecuencias. No se trata de una sesión de terapia. Sino de aprender juntos. Hay escuelas que lo practican.

Es necesario que esta conversación sea facilitada por un adulto que sepa escuchar, que entienda que es lo que se está diciendo cuando se dice algo. Requiere de un esfuerzo de interpretación. Un adulto que promueva el respeto a escuchar al otro y al diferente. Que no imponga su verdad. Tan sencillo y tan difícil como eso.

En cualquier caso, esto no supone una solución mágica, que sin lugar a duda no existe.




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