(Artículo que no se pudo publicar en LV a raíz de la Pandemia. En ese momento, había un debate importante en el que el partido político VOX se quejaba que la escuela adoctrinaba a los niños)
Desde hace unas semanas asistimos a un debate de los actores políticos de este país acerca de la función de la escuela en la educación de los niños y niñas. Se trata, creemos, de un falso debate que parte de un cálculo político. Esto no es nuevo en España. Desde siempre la escuela ha sido el terreno fértil para que los políticos diriman sus diferencias y busquen votantes. Se apela a que la escuela adoctrina. Esto viene a tocar claramente un fantasma de los padres: “que mi hijo o hija quede a merced de otros”. El problema planteado muestra una disyuntiva en relación con la educación de los niños: de qué se ocupan los padres y de qué los maestros.
La escuela tal como la conocemos es un invento de la modernidad. Toma su forma a partir de la revolución industrial. Con el paso del tiempo se convierte para las sociedades modernas en el modo de formar los ciudadanos que viven en ella. Así, como las sociedades cambian, en consecuencia, lo que se transmite en cada época varia.
Por tanto, educa y transmite valores. Lo que se aprende no es sólo los contenidos que transmiten. Siempre ha sido así. Se aprende de convivencia, se aprende a jugar, se aprende a respetar a otros, se convive con la agresividad propia o de los otros, se aprende a conversar con otros.
La escuela es la institución en la que una vez que los niños comienzan a separarse de sus padres pasan la mayor parte del tiempo. Es decir, un espacio que ayuda precisamente en el proceso de individuación de cada sujeto. Y claramente el lograr la autonomía personal supone distanciarse de la familia, esto puede suponer pensar distinto y tener intereses diferentes. La escuela tiene una función podríamos decir lógica en este proceso de separación de los niños y en el camino hacia la autonomía.
Esto plantea una cuestión epistemológica: como vemos, no es sólo el lugar de unas disciplinas a aprender. Por tanto, hay saberes y saberes. No es lo mismo aprender teorías de los conjuntos, o aprender a leer y escribir, que aprender sobre cómo convivir con compañeros con los que se pasan horas. Esto es central porque nos muestra que hay saberes, como la sexualidad, que necesariamente tienen otra lógica. Y la manera de tratarlos tiene que ser diferente.
El psicoanálisis, en ese sentido es una gran guía. Ya que nos muestra como en el aprendizaje incide el niño como sujeto. No se trata de una actividad mecánica. El aprender puede ser parte de sus síntomas como una inhibición. También como un querer agradar al Otro o como un rechazo. También el psicoanálisis es clave para entender como funciona la sexualidad infantil que obviamente tiene sus particularidades.
En nuestra época asistimos, pues, a una paradoja: por un lado, los padres delegan en la escuela todo principio de autoridad, por otro, y no sin nostalgia, se cuestiona la función de la escuela. Otra de las peculiaridades de la época, la sobreprotección a los niños hace que los padres y madres intervengan en la vida de sus hijos y por tanto en sus espacios (escuela, deportes, actividades extraescolares) no siempre de la buena manera (pensemos en los grupos de WhatsApp de madres y padres) Por un lado, se delega, por otro se inmiscuye. Vemos como a los padres les cuesta la separación de sus hijos.
En conclusión, el lugar de la escuela y de los educadores no es sencillo. La escuela “fracasa” al responder a los ideales de la época. Lo cual nos debería hacer pensar que es necesario quitarle consistencia para que funcione mejor. No cargarla de tantas demandas.
En la ultima gala de los premios Goya, uno de los ganadores, en su discurso visto por millones de personas y seguramente en el cenit de su carrera profesional, recordó a los curas que lo educaron cuando era pequeño y que le dijeron que no serviría para nada.
Mario Izcovich. Autor del libro Ser padres, ser hijos. Los desafíos de la adolescencia (Editorial Gedisa)
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