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Sobre las palabras


“…yo creo que la palabra es la cosa más maravillosa de este mundo, porque en ella se abrazan y confunden toda la maravilla corporal y toda la maravilla espiritual de la Naturaleza.” Joan Maragall en Elogi de la paraula


Hace unos días, la hija adolescente de unos amigos, con su inteligencia y sensibilidad, me preguntó como podía ser que una persona que sufre un malestar psíquico por alguna razón se pueda sentir aliviada hablando con un terapeuta, en definitiva, con una persona a quien no conoce.

La pregunta de esta joven dio en la diana de lo que supone cualquier tratamiento y relación humana. La clave no es otra que la importancia de la palabra y del encuentro con el otro.

En la sociedad contemporánea parece que nos hemos acostumbrado a que la solución a los problemas pase por alguna forma de artificio, por alguna técnica.

En educación, métodos didácticos más o menos sofisticados, en medicina la farmacología es la reina, las visitas a los médicos en general no duran más de diez minutos con el profesional que no suele despegar su mirada de la pantalla del ordenador, y en todos los ámbitos de la vida la tecnología lo invade todo (programas, apps, ordenadores) Lo último en llegar son los famosos algoritmos que parece que nos resolverán todas las dificultades: desde una nutrición más sana, cómo sentirnos mejor, a cómo gestionar mejor una empresa.

Sin embargo, siempre se vuelve a lo más sencillo que es a la vez lo mas complejo. La palabra y el encuentro con el otro, que es mucho mas que el encuentro con el semejante.

De hecho, hablar es conectarse con otros, inclusive con nosotros mismos, ¿o acaso cuándo pensamos no lo hacemos con palabras?

Desde siempre sabemos que la palabra cura, que la palabra media pero también que la palabra o la comunicación también supone malentendidos.

Volviendo a la pregunta de la joven, no se trata sólo de la palabra. Podemos hablar con mucha gente y sin embargo el padecimiento no se resuelve o no dejamos de repetir experiencias que nos traen más malestar aún.

Se trata fundamentalmente de a quién es dirigida la palabra y qué hace quien la recibe con ella, por tanto, no se trata de un familiar, de un amigo o inclusive como antaño de un cura.

Cuando una persona se dirige a un psicoanalista, a un psicólogo, a un terapeuta inclusive a un consultor de empresas, le dirige su palabra para que esta sea escuchada. Le supone un saber a esta persona. Saber real porque es alguien con experiencia y formación, pero también saber supuesto, porque espera que este profesional la ayude.

Sin embargo, no se trata de sugestión, es algo de otro orden. Hay un trabajo sobre aquello que se repite, sobre aquello que se goza (Lacan). Y esto se juega en lo que en psicoanálisis se llama transferencia. En lo que se pone en la figura del psicoanalista.

Y lo notable de esto, es decir poner en este otro el malestar que uno sufre, ya tranquiliza, ya ordena.

En tiempos en los que todo puede ser evaluable, lo que ocurre en la cita con el terapeuta no es medible, aunque tiene consecuencias.

Hay alguien que acoge el malestar sin juzgar, que sabe cómo hacerlo. Que no dará consejos ni recetas, que sabemos que son de difícil cumplimiento. Tampoco prometerá soluciones mágicas en una búsqueda de una felicidad imposible. Introducirá las preguntas pertinentes, acompañará.

Se avizora, así, un camino posible. Esto sin lugar a duda trae un gran alivio. Inclusive se constatan beneficios terapéuticos. Y esto, no es otra cosa que el principio del recorrido.

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