La pandemia nos obligó a encerrarnos durante la cuarentena y a que toda la familia realice todas sus actividades en un mismo lugar.
Esto sigue de forma intermitente según los avatares de la pandemia.
Hay, los que afortunadamente, tienen mucho espacio, con jardín y piscina incluida. Sin embargo, la gran mayoría de las personas viven en pisos de cien metros cuadrados o mucho menos. Muchas veces con conexiones a internet que no llegan a todas las habitaciones.
Consecuencia de ello es que es mucha la gente que pasa el día entero en su piso teletrabajando, haciendo las tareas del hogar, y con los hijos teniendo clases telemáticas al mismo tiempo y en el mismo lugar. Sumémosle que no todo el mundo tiene varios ordenadores para que cada uno en la familia tenga el suyo.
El salón de la casa se transforma en una especie de Ágora en la cual están todos: los adultos trabajando, los niños y los adolescentes con sus clases, compartiendo el espacio en los momentos de ocio. Mezclando lo que antes de la pandemia era lo exterior con la dinámica familiar.
El hogar convertido en un espacio multiuso en el cual se mezclan clases de historia, con problemas de presupuesto o reuniones de team building, con cocinar, limpiar, etc.
Leemos en infinidad de artículos sobre los beneficios el teletrabajo y sobre el futuro del trabajo después de la pandemia.
Por supuesto que no esta nada mal si se tienen 25 años, se es soltero sin hijos y se puede trabajar desde la playa. Evidentemente las empresas se benefician porque el trabajador está todo el día a su disposición. Como les gusta decir: 24/7.
En el caso de las familias la cosa no es tan sencilla. Cuando los niños son pequeños, estos se han de adaptar a la realidad de sus padres y quizás no se quejen tanto. En definitiva, no está nada mal para ellos no tener que separarse de sus padres, el precio a pagar lo vale. Un niño pequeño no tendrá mucho para decir, su manera de protestar podrá ser vía una sintomatización posible.
Los adultos se han de someter a las reglas de las empresas, las cuales empiezan a ver el beneficio de ahorrase dinero en las infraestructuras necesarias. Ya se habla de que el teletrabajo será parte de la “nueva normalidad”, al menos algunos días a la semana.
Se piensa en los costes, y esto se convierte en la zanahoria del ahorro. Para muchas empresas esto suena a música.
Sin embargo, las familias no están preparadas para el teletrabajo y no lo estarán. El hogar no es una oficina. A menos que tengas una casa con espacio (habitaciones) y conexión suficiente, que tal como lo dijimos, sólo unos pocos pueden permitírselo.
¿Y cuando en la familia hay adolescentes?
Los integrantes de la familia se convierten además en compañeros de trabajo.
En estos casos, nadie evalúa seriamente el coste de que todos compartan el espacio.
Son muchas horas de estar todos en el mismo espacio.
Algunos ejemplos reales: Un adolescente se queja de que cuando su padre habla por Zoom (en sus reuniones de trabajo) eleva la voz y esto interfiere sus clases. Otro adolescente me explica que la tensión del trabajo en “directo” pone a su padre de los “nervios” y eso lo pagamos todos. Otro se queja de que no tiene intimidad. Otra de que ahora su madre esta demasiado encima de lo que hace y de lo que habla en sus conversaciones online.
La adolescencia es ese tiempo en el que un joven necesita separarse de sus padres. Tiempo que en esta época muestra la dificultad de los padres por “dejarlos ir”. El teletrabajo se convierte así en una especie de “Gran hermano”. A muchos adultos les resulta funcional, sin embargo, los hijos adolescentes lo están padeciendo. Y esto afecta su intimidad, tan necesaria en esta etapa de su vida.
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