44 segundos
- Mario Izcovich

- hace 12 horas
- 3 Min. de lectura

Ese es el tiempo medio que dura un vídeo en TikTok. Suficiente para ver algo muy rápido, pasar al siguiente y, aun así, captar la atención de millones de personas.
En España hay más de 23 millones de usuarios activos de esta red[1]. Recordemos que la población actual ronda los 50 millones de habitantes. Es decir: uno de cada dos españoles entra en TikTok.
Un estudio de 2025[2] indica que, entre los mayores de 55 años conectados a internet —y lo está aproximadamente el 75 % de ellos—, algo más de la mitad usa TikTok.Y no sólo TikTok: según el mismo informe, el 89 % de los mayores conectados usa Facebook y un 67,9 % usa Instagram.
A nivel mundial, el tiempo medio que una persona dedica cada día a las redes sociales es de 2 horas y 23 minutos[3]. Es muchísimo. Y es todavía más impresionante si pensamos que hay quien las usa muy poco, lo que significa que otra mucha gente pasa varias horas conectada. Y casi siempre a través del móvil.
Lo curioso es solo se habla de los peligros del uso de pantallas en los adolescentes: siempre insisto en que son el síntoma de nuestra sociedad. Lo grave es que nos olvidamos de los adultos.
Adultos conectados, atención desconectada
Probablemente, hoy en día, estar absorbidos por las pantallas sea uno de los rasgos que define la sociedad contemporánea.
Conviene matizar que no es lo mismo estar frente a una pantalla para trabajar, estudiar o leer, que hacerlo para hacer scrolling.
Este verbo inglés, que hoy traducimos como deslizar la pantalla, proviene de scroll, que en su origen significaba rollo. Los antiguos rollos —como los del Mar Muerto, del siglo III a. C.— eran textos de enorme importancia. Hoy, esos “rollos” han sido sustituidos por una secuencia incesante de vídeos cortos llamados reels.
Esta transformación ya nos dice mucho de cómo evoluciona la humanidad.
¿Y qué ocurre cuando se hace scrolling?La persona mira vídeos como en un estado de adormecimiento. Imágenes que captan la atención de inmediato y producen una cierta desconexión. Y fundamentalmente y eso me lo encuentro en mi consulta: un desinterés y una falta de deseo importantes.
La distopía de la normalidad
Muchos adultos en la sociedad actual van camino a convertirse en una forma de zombis. Los reels ocupan nuestro tiempo, no dan lugar a otras cosas como conversar con amigos, leer un libro, pasear o inclusive aburrirse.
Las pantallas nos dictan lo que tenemos que pensar. Y claramente la sociedad va camino a dividirse entre los que pasan el día frente a una pantalla, repitiendo consignas que aprenden allí y aquellos que se interesan por la vida y se atreven a tener un pensamiento crítico. Esto no va de izquierdas o derechas.
Y como de una realidad distópica se tratara, cuando a alguien todo esto le produce angustia o ansiedad (pandemias de nuestro tiempo), se le medica y se “resuelve” el problema. No hay espacio para hacerse preguntas, para preguntarse por los porques.
Convengamos que, a los gobernantes, sean del partido que sean ya les va bien. Que no sea que la gente salga a la calle a manifestarse, por ejemplo, por el problema de vivienda. Es más fácil no pensar y buscar un chivo expiatorio, como los extranjeros.
Verónica Bronstein, me cuenta que en una conversación con alumnos de primaria, estos le decían: “¿si el porno, las apuestas online, las redes sociales son tan malos para nosotros como dicen, por qué no los prohíben?” Ellos nos enseñan una verdad simple: el problema son los adultos. Su dificultad para regularse a sí mismos y a sus propios hijos.
En definitiva, los adultos educan con el ejemplo. No es raro ver, en un restaurante, a una familia de cuatro, todos absortos en sus pantallas. Son los mismos adultos que compran los dispositivos a sus hijos, que pagan el Wi‑Fi, que no establecen límites y que los controlan día y noche.
































































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